Nació el 12 de agosto de 1927, en
Miguel Esteban, pequeño pueblo de La Mancha más árida. La bautizaron con el
nombre de Vicenta Carmen, hija de Genaro Torres Araque y Miguela Ramos Torres. Eran
años de agitación por el malestar que provocaba la monarquía Alfonsina, de
espaldas al pueblo; y los golpes de Estado de Primo de Rivera y Berenguer.
España no era un país: era la finca particular de quienes siempre se han creído
sus propietarios: nobles, terratenientes, nobles-terratenientes, altos militares
del ejército, iglesia católica… los de siempre.
Carmen
Torres Ramos (Miguel Esteban, Toledo, 12 de agosto de 1927 – 25 de marzo 2017) pertenecía, por
nacimiento, a las clases trabajadoras, a los pobres. Y ese nacimiento se
produjo en el medio rural, en la inhóspita, despiadada Mancha. En su pueblo
transcurrió su vida, marcada por la República, la guerra civil (o Guerra de
España), el franquismo y la recuperada democracia, tras la muerte del más
sanguinario dictadorzuelo que conoció España, un generalote criminal y
genocida, tolerado por las potencias occidentales.
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Carmen
tenía 4 años cuando se proclamó la segunda República, hecho decisivo para
España, en su primer intento auténtico por ser una democracia; y 9 años cuando
se originó la guerra civil, o guerra de España, tras un golpe de Estado fallido
en media España, dado por Mola, Franco y otras alimañas “africanistas”. La
guerra civil dejaría a Carmen huellas indelebles. Recordaba hechos importantes
ocurridos en Miguel Esteban –y así lo tengo grabado cuando la entrevisté para
reconstruir la vida de su hermano Teófilo, miliciano de la República–. Me contó
que el 20 de julio de 1936, cuando milicianos de La Puebla de Almoradiel y
otros pueblos de la comarca tuvieron que desplazarse hasta su pueblo para
sofocar el levantamiento de los más feroces falangistas, ella y su madre fueron
encañonadas por algunos milicianos. Republicanos de Miguel Esteban informaron a
sus compañeros que eran la hija y la esposa del alcalde, Genaro Torres, socialista
de Izquierda Republicana. También me narró los destrozos y desmanes que
provocaron un grupo de incontrolados de la CNT de Alcázar de San Juan, cuando
se trasladaron hasta Miguel Esteban para impartir su “justicia” cenetera:
proteger a unos derechistas que se habían afiliado a la CNT y que habían
atacado la sede de la UGT. Afortunadamente llegaron los refuerzos que pidió el
alcalde: la guardia de asalto controló a los incontrolados de la CNT (no
querían saber nada de los frentes de guerra), que ya habían causados grandes destrozos
en la iglesia (fueron los mismos autores de “La cremá de la pata del diablo”,
un acto en el que fueron asesinados un grupo de derechistas de El Toboso, luego
utilizado para que los franquistas condenaran a muerte a muchos inocentes). Y
les echaron: hecho el daño, nunca volvieron.
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En
1939, finalizada la guerra civil, Carmen cumpliría 12 años. Empezó a vivir el
horror de una postguerra interminable que empezaría para su familia con el
asesinato de su padre, Genaro Torres, alcalde socialista de Miguel Esteban,
junto a otros 17 demócratas migueletes, fusilados en una de las paredes del
cementerio de Quintanar de la Orden; el encarcelamiento de su hermano Teófilo,
que había luchado por la libertad y la democracia, en Toledo y Pozoblanco. En
esos primeros años del franquismo más criminal, ella, sus hermanos Miguel y
Vicente y su madre supieron lo que es tener que trabajar a cambio de comida,
supieron lo que es tener que malvender unas pocas tierras de su padre a un
precio irrisorio… y consideró que tenía suerte: a otras chicas del pueblo, por
ser de familias “rojas” les cortaron el pelo al cero, colocándoles un lacito
rojo en una pequeña coletita que les dejaron en sus rapadas cabezas. Alguna fue
paseada desnuda por el pueblo para escarnio general y regocijo de los bizarros
franquistas del pueblo, que nunca habían estado en los frentes de guerra.
En
1944 la represión franquista amainó. Los alemanes, que le habían dado todos los
medios a Franco para que ganara la guerra, iban a perder la segunda Guerra Mundial. Pero los americanos querían instalar sus bases militares en España y
toleraron una dictadura, manejable en todas sus facetas: los franquistas se
repartían el botín de guerra.
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Por
supuesto, la victoria franquista provocó una gran hambruna en toda España. Los victoriosos franquistas debían pagar las deudas contraídas con los nazis alemanes y fascistas italianos. Los pagos se hicieron a costa del hambre del pueblo español. En
Miguel Esteban, el conocido cura párroco don Martín organizó una especie de
auxilio social, para que los hijos de los rojos pudieran “comer”. Pero los
niños y los jóvenes que iban al comedor de ese monstruo, tuvieron que soportar
las agresiones físicas de ese psicópata con sotana (siempre evitó decir que
Genaro Torres, padre de Carmen y Teófilo, padre de Miguel y Vicente, impidió que le pasearan; al igual que Genaro intentó que no
pasearan al sedicioso Cambronero, hecho que estuvo a punto de costarle la
vida). Carmen, dura como un garbanzo tito, prefería tener el estómago vacío. No
iba al comedor de don Martín: ese individuo le daba asco. Mejor pasar hambre.
La
situación de la familia se empezó a normalizar cuando Teófilo salió de la
cárcel y sus hermanos Miguel y Vicente emigraron a Madrid para buscar un futuro
económico que les negaban en Miguel Esteban. Fueron años en los que muchos
migueletes demócratas abandonaron el pueblo para sobrevivir, en una sociedad
reprimida, irrespirable, turbia, gris, sucia.
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Carmen
se casó con Manuel Ortega el 20 de febrero de 1955. La hambruna provocada por
las deudas de guerra de los rebeldes franquistas ya se dejaba sentir. El hambre
nunca doblegó a Carmen… Carmen y Manuel, instalados en la casa familiar de
Genaro y Miguela, formaron su propia familia. Con los años el matrimonio
aportaría a la familia a sus hijos: Carmen y Miguel.
Cuando
la situación económica lo requería, Carmen y Manuel bajaban a Jaén a la
recogida de la aceituna. Ese duro trabajo, bastantes años atrás, era
enteramente manual: se extendían las lonas en el suelo y se vareaban las ramas
de los olivos una a una. Luego tocaba agacharse y recoger las lonas para cargar
las aceitunas. Y las aceitunas se recogen en enero, un mes en el que el frío se
cala hasta en el tuétano. Carmen nunca se quejó. El destino de los pobres es
dejarse la piel para poder sobrevivir.
Hacia
1962 sus hermanos Miguel y Vicente y sus cuñadas Araceli y Consuelo emigraron
un tiempo a Suiza, en busca de un futuro que les negaba su país. En España no
había sitio para los “rojos”, para los demócratas. Carmen se hizo cargo de los
hijos de Miguel hasta el regreso de sus padres. La represión en Miguel Esteban
ya no era tan intensa, aunque persistían los modos propios de la dictadura de
Franco, en un pequeño pueblo donde todos se conocían, donde los verdugos se
vanagloriaban de sus atrocidades y no paraban de decir tonterías y mentiras sobre
el “generalísimo” que trajo la paz (de los cementerios) a España; aunque hay
que reconocer que el gran triunfo del franquismo fue criminalizar a las víctimas,
convertir a las víctimas en criminales, criminalización que llega hasta
nuestros días, en un país sembrado de fosas comunes, como pesadilla de uno de
los más siniestros periodos de la historia de España. Todo con la bendición
apostólica de la Iglesia Católica, colaboradora directa de la dictadura que
introducía en sus templos, bajo palio, a su “caudillo”.
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Muerto
en sanguinario dictador, iniciado el proceso de recuperación de la democracia, a
partir de 1975, Carmen siguió con su vida normal. Los pobres, en democracia
siguen siendo pobres. Hay que sobrevivir dentro de la maldición bíblica:
ganarás el pan con el sudor de tu frente… y el dolor de tu espalda y riñones.
No hay descanso para los pobres.
Un
año importante para la familia Torres Ramos fue 1978. Tras muchas gestiones de
su hermano Teófilo, con otros compañeros demócratas de la zona, lograron
comprar las fosas del cementerio de Quintanar de la Orden, donde están los
restos de los civiles demócratas asesinados-fusilados por los victoriosos
franquistas en 1939.
Sin
ningún tipo de subvención, tras adecentar las fosas, cubrirlas con mármol negro
y poner las placas con el nombre de las víctimas de la vesania franquista, se
inauguraron con un acto político. Se recordó que murieron por defender la
libertad y la democracia, la legalidad de la segunda República. Las fosas del
Cementerio de Quintanar son actualmente un lugar de culto para los demócratas.
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Cuando
quise reconstruir la historia de su hermano Teófilo, miliciano de la República,
una de las personas más sensibles y buenas que se pudieran conocer, con algunos episodios desgraciados que marcaron su vida, me
entrevisté con Carmen. Y me facilitó una excelente información –grabada en una
cinta de magnetofón–, que tuve que comprobar en sus hechos con documentos localizados
en distintos archivos, para evitar campañas de difamación (curiosamente una
campaña de difamación la puso en marcha un tipejo supuestamente de izquierdas,
de no buena “pinta”: su padre fue confidente de las “fuerzas vivas” afectas a
la dictadura).
En
los pueblos se funcionaba más por los apodos que por los nombres y apellidos.
Pero Carmen sabía quiénes eran los verdugos, conocía a todos los que
participaron en aquellas monstruosidades, personajes de (supuestas)
convicciones católicas, asiduos a las misas dominicales y a los capirotes
semanasanteros, que quizá desconozcan la palabra misericordia. Esos tipos todavía defienden una narración franquista de la guerra de España y de los años de feroz dictadura.
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Tuve
que recurrir a Carmen, mi tía Carmen, cuando escribí otros libros relacionados
con Miguel Esteban. En concreto, necesitaba información sobre los guisos más
antiguos de Miguel Esteban, habituales en la dieta de los pobres, para el libro
“El puchero de don Quijote” (Noticias Bibliográficas, Madrid, 2005. Agotado).
Las gachas, de sencilla elaboración, requieren un punto de cocción para que
sean algo más que una masa de harina a la que se añade pimentón para darle algo
de sabor… también me informó y grabé con una cámara digital, cómo se hacían los
“tirabuzones”, un plato descrito en El Quijote con otro nombre (cañutillos,
creo). Y me señaló cómo hacer un buen “borracho”, un dulce típico de La Mancha,
actualmente refinado, que hay que “emborrachar” de aceite, amasándolo con
paciencia. Sus conocimientos gastronómicos, que la llevaban a elaborar arrope y
mostillo, aderezados con historias bárbaras de mi abuelo Cristóbal, un
cenetista siempre metido en berenjenales, eran los propios sobre los antiguos guisos, antes de que los langostinos formaran parte de la dieta de los
manchegos.
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Aunque
tenía motivos para detestar a todos aquellos monstruos que hicieron de España
una gran cárcel vigilada por el ejército, sometida a la siniestra moral de la
iglesia católica, Carmen nunca manifestó odio o rencor hacia nadie. Creía en
Dios, en su Dios, posiblemente un dios distinto al de los curas católicos,
aunque fuera a misa… algunos todavía recordamos que, cuando el entierro de su
hermano Teófilo, el cura católico que ofició el acto religioso, auténtica
escoria humana, se enfangó contra el fallecido: las palabras de aquel sacerdote
católico contra Teófilo fueron las propias de un ser miserable, repugnante, lleno
de odio (desde entonces, no he vuelto a pisar el interior de ese templo).
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Podría
escribir páginas y páginas sobre Carmen Torres Ramos, narrar los más duros
episodios de su vida. Prefiero anotar los pocos datos que se aportan en este
artículo, como reconocimiento a una manera digna de pasar por este mundo, sin
avasallar ni ofender a nadie. Los últimos años de Carmen, mi tía Carmen, fueron
los de una mujer del medio rural que iba para nonagenaria, acercándose tranquila a su
final: muchos pequeños achaques, grandes alegrías con sus hijos, sobrinos y nietos.
Estas
pocas palabras sobre Carmen Torres Ramos, una mujer sencilla, sin dobleces, son
el reconocimiento a una vida moderada y juiciosa, de trabajo, que ha dejado su
impronta en sus familiares directos (no todos). Sus padres defendieron la
libertad y la democracia, sus hijos defienden la libertad y la democracia, sus sobrinos defienden la libertad y la democracia,
como los valores de las personas cabales; sus nietos, siguen la luminosa estela
que en un momento preciso dejó su padre, Genaro Torres Araque: les hace humanos, siempre humanos.
Pablo Torres
Madrid, 17 de abril
2017.
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