Hacía
mucho tiempo que no veía, por dentro, una manifestación tan multitudinaria en
Madrid. El 8-M, 8 de marzo del 2019, se ha convertido en la fecha símbolo de la
revolución que las mujeres han iniciado en todo el mundo contra lo que llaman
el patriarcado, que mejor sería decir contra el feudo-capitalismo machista y
salvaje que lleva siglos machacando a mujeres y hombres, bastante más a las
mujeres.
La
explotación de los hombres ha sido brutal, durante siglos; la explotación de la
mujer ha sido aún más brutal. Han cargado con el trabajo dentro y fuera de la
casa, más la educación de los hijos, más el cuidado de los viejos, más la explotación
sexual… y da la sensación de que han iniciado una revolución para cambiar las
cosas y conseguir un mundo más más justos, más igualitario.
La
tarea de las mujeres es difícil. Se enfrentan –y deberíamos estar a su lado– al
poder de los hombres que dominan las sociedades utilizando las estructuras
económicas capitalistas, apoyadas en bastantes casos por sectas religiosas: no
se enfrentan a los hombres que viven de su salario, víctimas también de ese
capitalismo de corte feudal, o nuevo feudalismo en sus formas más actualizadas.
A los poderosos, a todos esos poderosos de la Lista Forbes que esconden sus
fortunas en paraísos fiscales, es difícil arrebatarles su poder: transformarán
las formas externas, para dar sensación de cambios, pero seguirán instalados en
el poder, explotando económicamente a las mayorías, obligándoles a vivir en la
pobreza, en la precariedad, en la necesidad. Los políticos son, en la mayoría
de los casos, los lacayos, los capataces de los banqueros, de los propietarios
de las grandes multinacionales: permiten la presión de los lobbys, hacen las
leyes a su medida, no a la medida de los ciudadanos que les votan.
Por
supuesto que hay mujeres enemigas de las mujeres: los ejemplos se contarían por
miles: Margaret Tacher, la llamada dama de hierro de la derechuza
británica; Ángela Merkel, lacaya del neocapitalismo más salvaje,
dispuesta a machacar a la mayoría de los países europeos; Ana Botella,
emblema de la derecha franquista española, que no distingue entre peras y
manzanas; Inés Arrimadas, eterna ofendida por los independistas
catalanes (no dejan de ser de derechas).
Las
mujeres tienen un reto difícil, casi imposible. Son muchos los hombres que
están contra ellas, con poder y sin poder. Los poderosos utilizarán a los
hombres no poderosos, dispuestos a cualquier barbaridad a cambio de las migajas
de los nuevos señores feudales: han sustituido sus fortalezas de gruesos muros,
por grandes edificio que llaman inteligentes, tan altos que quieren tocar las
nubes, tan inaccesibles como los castillos medievales.
¿Lograrán
las mujeres hacer la revolución contra el poder de los hombres poderosos, que
durante siglos y siglos han impuesto formas brutales e inhumanas de explotación
laboral a hombres, mujeres, niños…? Ojalá… los hombres medios, digamos
corrientes, hace tiempo que claudicamos frente al feudo-capitalismo brutal y
salvaje que impone nuevas formas de esclavitud, a través de la precariedad
laboral, el precio de las casas… utilizando el fútbol, las apuestas, el
alcohol, las drogas, la prostitución como distracciones.
Pablo Torres
Madrid, sábado 9 de marzo 2019
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