Ocupan zonas estratégicas de la
Puerta del Sol, las bocanas de las calles de la Montera, Carmen, Arenal,
Carretas… Repiten hasta la saciedad “Oro, compro oro, pago más”. Son
mayoritariamente hombres, de nacionalidades sudamericanas. Están al servicio de
distintas empresas, que se aprovechan de las necesidades económicas de las
familias en tiempos de (falsa) crisis: “Oro, compro oro, pago más”.
La
frase sobrevuela aquí y allá, insoportable cantinela, entre Bob Esponja y
Minnie, la eterna novia de Miki Mouse; entre las estatuas vivientes de fakires
suspendidos en el aire y una banda de mariachis que ameniza la tarde, cualquier
tarde, con sus sonidos metálicos y voces mexicanas: “Oro, compro oro, pago
más”.
La
falsa crisis aprieta y ahoga a los pobres, forzados a malvender sus pocas
pertenencias de valor –un valor determinado por el capitalismo– para poder
comer y vestirse, para poder vivir. Los hombres compro-oro son una parte de la
Puerta del Sol, visibles con sus chalecos reflectantes para que sean más
visibles. Son el reclamo para los necesitados, las voces que guían a los que se
ven obligados a vender a bajo precio anillos y pendientes, collares y pulseras…
oro, oro, oro. Las grandes fortunas se amasan con el sufrimiento de los
despojados de sus trabajos y casas, arrebatándoles sin contemplaciones sus pertenencias a bajo precio: “Oro, compro oro, pago más”.
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