Considerado como el pionero
de la medicina humanitaria, el canadiense Norman Bethune puso en
marcha las trasfusiones de sangre móviles: salvó la vida de miles de personas
en la Guerra de España. Se desplazó en febrero de 1937 con sus ambulancias hasta la carretera de
Málaga a Almería, por la costa, donde miles de civiles fueron bombardeados y
ametrallados por italianos y alemanes en un episodio de genocidio poco conocido
en España.
Norman Bethune
(Ontario, Canadá 1890 – Habei, China, 1939) era un gran cirujano en Canadá,
cercano al Partido Comunista. Cuando los sediciosos de Mola, Franco y resto de
golpistas provocaron el enfrentamiento civil en España sintió la necesidad de
venir a España y ayudar como médico. Llegó a Madrid como voluntario el 3
de noviembre de 1936 con una camioneta Ford comprada en Londres, conocida como
“La rubia”, y material médico comprado en París. El viaje estuvo sufragado por el Comité Canadiense de Ayuda a la Democracia
Española.
Bethune participó
en la primera Guerra Mundial como sanitario, convirtiéndose en un excelente
cirujano torácico que incluso diseñó un innovador instrumental quirúrgico para
el tratamiento de la tuberculosis. Conmovido por la pobreza que se vivió en
Canadá en los Años 30, ejerció la medicina social atendiendo a los más
desfavorecidos.
El
avance del fascismo en Europa le hizo abandonar su buena posición social y
económica y trasladarse a España en 1936 para poner sus conocimientos médicos
al servicio de la República en la Guerra de España contra los “nacionales”.
Dejando claro
que no había venido a España a derramar sangra, sino a darla, Bethune realizó
más de 700 transfusiones en los 8 meses que permaneció en nuestro país. En
Madrid, donde creó el Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre, instaló el primer banco de sangre en
una casa de la calle Príncipe de Vergara con 15 habitaciones, organizando donaciones voluntarias de sangre
solicitando la colaboración de radios y prensa. La solidaridad era recompensada
con vino.
El cirujano
advirtió que las bolsas de sangre enviadas a los heridos en los hospitales llegaban
tarde. Decidió cambiar su método de trabajo por otro bastante novedoso:
llegaría a los frentes de guerra con dispositivos para hacer transfusiones en
los escenarios de guerra, en los frentes de las batallas. Sus planteamientos
médicos sorprendieron a los servicios médicos de la República. El doctor
Bethune financió y organizó el trabajo, uniéndose a los servicios médicos de
las Brigadas Internacionales, llegando a Guadalajara, Valencia, Barcelona y,
especialmente en Málaga.
Tras la toma
de Málaga por las fuerzas sediciosas rebeldes, se produjo una pavorosa huida de malagueños
hasta Almería. Es uno de los episodios clave de la estancia de Bethune en
España. El doctor se referirá al hecho como “El crimen de la carretera Málaga-Almería”. El
ejército italiano, con apoyo de los franquistas tomaron la ciudad en horas: después
bombardearon intensamente por tierra y mar a la gran columna de civiles que
escapaban por la única carretera que comunicaba Málaga con Almería, de unos 200
kilómetros. Bethune se encontraba en Barcelona cuando recibió la noticia del
avance de los militares sublevados en Málaga. En febrero de 1937 se trasladó con
sus colaboradores por la costa hasta Málaga, pero no pudo llegar a la ciudad:
se encontró con una enorme columna de más de cien mil personas, ancianos,
mujeres y niños, que huían desesperados de la ciudad, en lo que era un ataque
salvaje contra población civil indefensa. Durante tres días, Bethune trasladó
en su ambulancia a todos los que podía, en viajes de ida y vuelta a Almería,
facilitando así que pudieran escapar del
terror provocado por los rebeldes.
La terrible
experiencia que vivió y sufrió está recogida en sus escritos: “Se detuvo el camión, salí y me quedé en medio de la carretera. ¿De dónde
venían? ¿A dónde iban? ¿Qué estaba ocurriendo? Me miraban tímidamente. No
tenían fuerza para seguir, pero temían detenerse. Decían que los fascistas iban
detrás de ellos. Sí, Málaga había caído. Las armas habían tronado. Las casas
fueron arrasadas. La ciudad había sido golpeada duramente y toda persona capaz
de andar se había echado al camino”. Su compañero Hazen Sise se
ocupó de fotografiar el dramático éxodo, uno de los episodios más terribles y
brutales perpetrado por los franquistas en la Guerra de España.
Los textos
de Bethune son desgarradores: “Detrás del autobús una niña con el dedo en la
boca gemía agachada al borde de la carretera. Vi a un miliciano tender la mano
y coger la niña a la espalda. Al lado, un campesino llevaba a hombros a una
mujer como si fuera un saco de patatas”. Junto a la fotografía, el testimonio
de Ana Pérez Rey, 9 años en 1937: “Al llegar al Faro de Torrox empezaron los
bombardeos de los barcos… hirieron a mi tía y a su madre, que le atravesaron el
pecho, pero no murió; mi tía todavía tiene metralla. Todos gritaban y trataban
de encontrarse, pero dieron una voz de que los heridos se fueran a un coche y,
como mi tía y su madre estaban heridas, las metieron en el coche. Y yo me quedé
sola y me perdí”.
Junto a otra
de las fotografías de la muestra, un marco con dos textos. En el primero Norman
Bethune escribe: “Imaginemos lo que serían cuatro días de andar escondiéndose
en las montañas, perseguido por los aviones de los bárbaros fascistas, y cuatro
noches de caminar en grupo compacto hombres, mujeres, niños, mulas, burros y
cabras, tratando de mantenerse juntas las familias, llamándose por el nombre
propio, buscándose en las sombras”. En el segundo, Cristóbal Criado Moreno, de
16 años en 1937, dice: “Las aviación nos bombardeó por la Cuesta de los
Caracolillos. Había unos acantilados muy pronunciados y la gente o se iba para
el monte o para la orilla. Mi familia se dispersó: yo estaba al lado del
malecón. Oíamos silbar las bombas muy cerca. Cuando dejaron de bombardear vi
muertos por todas partes. Tratamos de reunirnos la familia, pero allí se perdió
una hermana mía, la más pequeñita, que tenía ocho años; el resto nos fuimos
reuniendo al rato de ir adelante, sin mi hermana. Pasada una hora iba con otra
familia cogida de un carrito pequeño, y la vi yo… (en este momento el relator
rompe a llorar)”.
En otro de
los escritor de Bethune se puede leer: “Entonces, unos cuantos aviones pasaron
sobre nuestras cabezas. Brillantes aviones plateados: bombarderos italianos y
Heinkels alemanes. Se lanzaron hacia la carretera y, como en una maniobra de
tiro rutinaria, sus ametralladoras trazaban complicados dibujos geométricos
entre los refufiados que huían”. El testimonio de José Ginés, que tenía 20 años
en 1937, es el siguiente: “En ese momento aparecieron cinco aviones fascistas,
que empezaron a bombardear el camino: pasaba uno y soltaba las bombas; pasaba
otro, y lo mismo; así una y otra vez. Cuando terminaron las bombas, disparaban
con ametralladoras. Se marcharon. Cuando volví al camino me encontré con el
espectáculo más horrible que he visto en mi vida: niños, mujeres, borricos por
el suelo; unos muertos, otros heridos; quejidos: “¡Socorro!”, “¡Ampárame!”.
Medio año
después Bethune regresó a Canadá, desde donde se trasladó hasta China para
ayudar a los heridos en la segunda guerra chino-japonesa. Antes de partir hacia
oriente, financió el documental “El corazón de España” e hizo una gira por diferentes ciudades
canadienses para recaudar fondos destinados al Gobierno de la República, avisando
sobre los peligros del auge del fascismo. También captó voluntarios para la
“causa española”. El batallón canadiense internacional,
el Mackenzie – Papineau, fue el segundo más numeroso, después del francés.
Pablo Torres [Madrid, 20 de febrero 2017]
Exposición “La
huella solidaria. El legado del doctor Bethune y la ayuda de los voluntarios
canadienses a la segunda República”. Centro Cultural Conde Duque (Madrid).
Hasta el 2 de abril del 2017.