8.- DICTADURA
GENOCIDA [1939-1975]
Después de tres años de sangrientas
confrontaciones, con cientos de miles de víctimas en ambos bandos, España era
un país arrasado: se calcula que durante la guerra civil murieron cerca de
750.000 personas. La Agricultura
y la Industria
desaparecieron: millones de personas fueron víctimas del hambre y cientos de
miles de republicanos se vieron obligados a cruzar la frontera con Francia por
los Pirineos. Algunos miles pudieron exiliarse a México, gracias a las ayudas
puestas en marcha por el presidente Lázaro Cárdenas, y a otros países
hispanoamericanos. La mayoría de los republicanos se quedaron en España:
sufrieron una represión genocida, sin parangón en toda la historia de España,
prolongación de aquella primera represión genocida de 1936 que tuvo sus máximos
en las matanzas de Granada o Badajoz.
REPRESIÓN EN MIGUEL
ESTEBAN.- En el primer
franquismo más genocida, de la inmediata postguerra, el primer alcalde
franquista de Miguel Esteban, designado a dedo, será Isidro Yébenes Lara
(1939). Ese mismo
año le sustituirá su hermano, Antonio Yébenes Lara. En 1940 el alcalde será Miguel Martínez Lara y en 1942 el alcalde será otro
destacado miembro de la
familia Yébenes: Amadeo Yébenes Muñoz, antiguo militante del derechista
partido de Acción Popular, de Gil-Robles y del sacerdote católico Herrera Oria
(nombrado después cardenal). Protagonizó un sonoro incidente de notable
repercusión: cuando la mayoría del pueblo pasaba hambre –no todos pasaron
hambre–, uno de sus depósitos de aceite se rompió e inundó la entrada de su
casa.
LA CASA DE “COLORÍN”.- En Miguel Esteban se desató la
locura: oscuros personajes cometieron crímenes atroces. El gran monumento local
a la brutalidad genocida fue la casa de Juan Lara, “Colorín”, tenebroso personaje de la derecha más criminal. La
casa, auténtico centro de torturas, se localizaba en la calle de Santa Ana
(calle Real). En ese edificio, los franquistas exhibieron toda su violencia genocida:
un grupo de monstruos, con nombres y apellidos, oportunistas de camisa azul
(Falange Española), apaleaban diariamente a todos los presos. Cuando sus
familiares les llevaban la comida que podían, los que desempeñaban voluntariamente
funciones de carceleros, o la tiraban al corral o se la comían.
En la calle Real estaba la casa de Juan Lara, "Colorín".
Fue un centro de torturas. Hubo algún asesinato. El edificio se echó abajo.
Era todo un símbolo del terror franquista.
Uno
de los presos, Florencio Rodríguez Cañizares, escribió en un pequeño papel los nombres de los torturadores
habituales y se lo entregó a su hija Benilde (1),
en una visita que le hizo para llevarle comida. En ese papel Florencio escribió
de puño y letra:
“Severo,
el marido de la Engracia;
Julio Gadea, Amadeo Yébenes, Vicente Yébenes, Antonio Yébenes, Manuel Yébenes,
Aurelio Villarrubia, Jesús
Ramírez, Martín Pepino, Fabián Carreras y un hijo de la
Bernabea (2), el
pequeño y “el mueso”, que está casado con la de Chicha”.
Genaro Torres Araque,
alcalde socialista de Miguel Esteban, no quiso marcharse de su pueblo.
Manifestó que no había cometido ningún delito y que no existían razones para
huir. Tras permanecer unos días escondido en algún casón de campo, en las
inmediaciones de su pueblo, se entregó: fue encarcelado. Diariamente recibía
brutales palizas, como otros muchos presos.
HORROROSO TRATO A
LAS MUJERES.- Insultadas y amenazadas, las migueletas
sufrieron la peor violencia franquista. Fueron encerradas en la parte más alta
de la casa de Juan Lara “Colorín” y recibieron un trato humillante por el único
hecho de ser familiares de republicanos. Los valientes hombres de las derechas
migueletas, achantados y miedosos durante la guerra, en la post-guerra,
protegidos por la
Guardia Civil, se ensañaron: los “Jarritas” les cortaron el
pelo al cero, dejándolas un mechón de pelo donde les ponían un lazo rojo; y no
desaprovecharon la ocasión para abusar sexualmente de las detenidas, incluso
con violaciones. El caso más pavoroso lo sufrió Antonia Felipe: la pasearon
desnuda, con cencerros colgados al cuello, por el pueblo. Luego la tuvieron bastantes
horas al sol, rebozada en miel. Algunos testimonios son pavorosos:
“En un
salón tuvieron a mi tía Efigenia: la pelaron, la quitaron el pelo. Fueron “Los Jarrita”. También las maltrataron y
las violaron. La
violó Isidro Yébenes, el del tío Antonio “El Carnicero”, que era abogado en Ocaña, que ya se ha muerto. Lo
hicieron por rabia. Tenían mucha rabia y fueron a la casa de mi abuela: le quitaron
todo, la echaron a la calle…" (3).
LOS FUSILAMIENTOS
DE QUINTANAR.- En
mayo de 1939 trasladaron a todos los presos republicanos, más de cincuenta, a
Quintanar. Los llevaron andando, en una columna de a dos, atados con cuerdas a
la altura de los codos. Muchos vecinos escondidos tras las ventanas o puertas
entornadas, contemplaron aquel horror. A la entrada del pueblo fueron subidos a
camiones y trasladados hasta las dos cárceles habilitadas en Quintanar: una, en
la Plaza de los
Carros; la otra, en la
iglesia. Debían esperar juicio militar o fusilamiento sin
juicio. Nunca recibieron alimentación: comían lo que les llevaban sus familias.
Carecían de atención sanitaria.
Quintanar de la Orden se convirtió, en el
centro de mayor represión política de la comarca. Se celebraban juicios militares
sumarísimos, sin las menores garantías para los procesados, a los que se les
acusaba sin pruebas de hechos, reales o ficticios. Daba igual: se practicaba el
más puro terror. Había sacas de presos para ser fusilados al amanecer, sin que hubieran
sido juzgados. Entre la primavera y el otoño de 1939 fusilaron a más de 200
republicanos. Entre los fusilados, 18 vecinos de Miguel Esteban:
Egido Checa, Zoilo
(concejal del Ayuntamiento) 24
de junio de 1939.
Felipe Navarro, Bernabé 20 de junio de 1939.
Flores Villalba,
Raimundo 21 de junio de 1939.
Giménez Araque, José 21
de junio de 1939.
Lara Martínez, José
María 20 de junio de 1939.
Lara Rodrigo,
Antonio 13
de noviembre de 1939.
Medina Heras,
Eusebio (alcalde republicano) 21
de junio de 1939.
Muñoz Corrales,
Prisco 13
de noviembre de 1939.
Ochoa Egido, Elías
(policía municipal) 21
de junio de 1939.
Ochoa Egido, Gregorio 21
de junio de 1939.
Ortega Olmo,
Marcelino 21
de junio de 1939.
Patiño Almenara,
Francisco 13 de noviembre de 1939.
Puente Caravaca,
Alejandro 21
de junio de 1939.
Rodríguez Cañizares,
Florencio 13
de noviembre de 1939.
Tirado Checa,
Nicasio 20
de junio de 1939.
Torres Araque, Genaro
(alcalde socialista, de IR) 21 de junio de 1939.
Vico Ruiz, Santiago 20
de junio de 1939.
Zarza Navarro,
Cirilo 20
de junio de 1939.
Los
franquistas, en pleno delirio sangriento, dictaban penas de muerte una tras
otra, o fusilaban sin juicios previos, según les llegaban las listas desde los
ayuntamientos. Hay ejemplos que demuestran que sus actuaciones sólo obedecían a
la venganza y persecución, utilizando como excusa el comunismo.
A
los fusilados en Quintanar de la
Orden, en 1939, hay que añadir los fusilados en Ocaña, Madrid
(Manuel Muñoz Puente) o Alcázar de San Juan (Anastasio Ramírez Madrid); más
otras muertes posteriores producto de las palizas, hambre o enfermedades. Los
migueletes que fallecieron en Ocaña son:
– Argumánez Lara,
Alejo 1941. Fallecido.
– Caravaca Torres,
Benigna 1942.
Dejada morir.
– Casas
Lara, Efigenia 1942.
Muerta: raras circunstancias.
– Casas
Navarro, Nemesio 1940.
Fallecido.
– Díaz Tirado,
Bonifacio 1941. Fallecido.
–
Rodrigo Argumánez, Pedro Fusilado.
13 de enero de 1941.
–
Sanabria Ochoa, Juan 1941. Fusilado.
– de la Torre Fernández,
Rafael Fusilado. 16 de agosto, 1940.
La represión se manifestó en brutalidad y torturas, continuando unas actuaciones
monstruosas iniciadas en la inmediata postguerra. Las palizas a todo sospechoso
de rojo, estaban a la orden del día; obligaban a cualquier persona, en plena
calle, en cualquier momento, a “levantar el brazo”, hacer el saludo fascista,
obligaban a besar el anillo de los curas, en señal de sumisión al totalitarismo
católico-franquista… Todas estas actuaciones, y otras muchas, estaban apoyadas
por los mandos locales, de Falange Española; y el gozoso, privilegiado clero
católico.
Los familiares de los más de 200 fusilados-asesinados en Quintanar de la Orden,
una vez recuperada la democracia, compraron las fosas donde malenterraron
a sus padres, hermanos, tíos, sobrinos, primos... y las adecentaron. Hoy
son un lugar de culto, donde se recuerda a los que lucharon por la libertad y la democracia
La brutalidad llegó, en algunos
casos, a límites insospechados. Manuel Ortega narra la forma en que varios
fascistas de Miguel Esteban torturaron a dos campesinos de Quero:
“Traían
a dos (4),
atados de un carro, y dándoles palos, desde Quero hasta aquí, al pueblo. Uno
que le decían de la tía
Bernavela, uno que se llamaba Francisco, que ha sido guarda
muchos años, que lo metieron ahí, que estaba con los ricos. Los otros dos era
uno que le llamaban “Gadea”, ese vive; y “Churrusca”... Venían subidos en un
carrete, en una tartana, con una mula. Y el otro tonto, que era un hijoputa,
venía dándoles palos”.
ASESINATOS
POLÍTICOS EN MIGUEL ESTEBAN.- Los victoriosos franquistas iniciaron de inmediato la represión. Un conjunto de asesinatos repugnan por su propia naturaleza... Abel Rodrigo
y sus hijos Fidel
y Miguel
fueron asesinados y arrojados al pozo del Tío Miguelillo. En la misma cuerda,
estaba Paulino
Argumánez (5).
También fue asesinado Ramón Ochoa, víctima de una brutal paliza en la casa
de Juan Lara
“Colorín”: los verdugos ese día estaban muy fuertes y pegaron sin
controlarse. Y hubo un sexto asesinato todavía más brutal: Eusebio Patiño
Férreo, “El
Raco”, que fuera segundo alcalde democrático de izquierdas de Miguel
Esteban por el PSOE. Vivía escondido en su casa, fue descubierto en 1941, detenido
y trasladado al Ayuntamiento, donde murió tres días después de recibir brutales
torturas y posiblemente un disparo. Durante los tres días en los que fue torturado,
un grupo de franquistas asalto su domicilio con picos y palas: destrozaron la
casa en busca de un tesoro inexistente. El cuerpo de Eusebio Patiño fue trasladado
al cementerio, sobre una carretilla, por el Tío Cascabeles. Fue enterrado en
cualquier lugar, en una fosa donde posiblemente también enterraron a otras víctimas
de su vesania. Desgraciadamente en el cementerio municipal de Miguel Esteban no hay un sólo memorial que recuerde a los republicanos que fueron asesinados por defender la libertad y la democracia.
EL AUXILIO SOCIAL.- Tras la guerra civil, los franquistas
simularon ejercer la caridad hacia los necesitados, despojados de sus
propiedades. Crearon el Auxilio Social: querían lavar su mala conciencia dando
de comer a los hijos de los “rojos”.
Pero el Auxilio Social significó para muchos niños, familiares de republicanos,
otra forma de tortura. El testimonio de Carmen Torres sobre el Auxilio
Social es el siguiente:
“Iban los chicos a comer. Yo no fui nunca. Anda digo,
iros a la puta mierda, aunque esté sin comer no quiero ir. Y el tío Vicente fue
y le pegó el cura. Don Martín (6) era
muy pegón. Y a todos los chicos los calentaba...”.
LEYES
RETROACTIVAS.- Los
victoriosos franquistas dictaron un conjunto de leyes represivas, complementarias
de un Decreto de 1936, tendentes al expolio y saqueo organizado de los bienes
de organizaciones políticas o sindicales y personas; tendentes a la rapiña, con
la excusa de la
política. Eran leyes de Responsabilidades Políticas para
sancionar a los partidos del Frente Popular y quedarse con sus bienes por
incautación. En la Ley
del 9 de febrero de 1939, de la
Jefatura del Estado, se dice sin tapujos en su artículo
primero
“Se
declara la responsabilidad política de las personas, tanto jurídicas como
físicas, que desde el 1º de octubre de 1934 y antes del 18 de julio de 1936,
contribuyeron a crear o agravar la subversión de todo orden de que se hizo
víctima a España y de aquellas otras que, a partir de la segunda de dichas
fechas, se hayan opuesto o se opongan al Movimiento Nacional con actos
concretos o con pasividad grave”.
El expolio organizado, botín de
guerra, la rapiña para quitarles bienes y propiedades a los llamados rojos, se
practicó de forma muy poco sutil en Miguel Esteban y benefició únicamente a
unas pocas familias. Del local y bienes muebles e inmuebles de la Casa del Pueblo y de las
sociedades obreras (El Porvenir y El Progreso), nunca más se supo: tampoco se
volvió a saber nada de los “depósitos marxistas” incautados en 1939,
abarrotados de vino (cosechas de 1937 y 1938), aceite, patatas, esparto… Muchas
familias de “afectos al nuevo régimen” se enriquecieron de la noche a la mañana;
muchas familias republicanas, condenadas a la miseria, sin medios económicos de
subsistencia, se vieron obligadas a malvender sus pocas posesiones.
LA GRAN HAMBRUNA.- Entre 1945 y 1951 España vivirá y
sufrirá uno de sus periodos más dramáticos, una hambruna sin precedentes:
Franco tenía que pagar la deuda contraída, más los intereses, a los que le
habían financiado la
guerra. La escasez de productos era total, especialmente a
partir de 1945 (cuando finaliza la II Guerra
Mundial y se derrota al nazismo y al fascismo, principales aliados
de Franco), año en el que se registra una tremenda sequía que afectará a la
producción agraria: marcará una etapa de hambre generalizada en todo el país.
Las cartillas de
racionamiento, creadas en 1939, siguen en uso en sus tres categorías: la mayor
parte de la población carecía de los más elementales víveres para la supervivencia. El
racionamiento originó el estraperlo: unos cuantos individuos, afectos al
régimen, amasaron grandes fortunas a costa del hambre general de la población. Aquellas
palabras del caudillo Ni un hogar sin
lumbre, ni un español sin pan han quedado como otra de las grandes mentiras de un régimen brutal y
autocrático que, a través de la propaganda y la censura (7) (convertida en arte) y de un
férreo control de la Prensa,
engañaba sistemáticamente al pueblo, obligado a sufrir toda suerte de calamidades.
En 1939, meses después de imponer la Cartilla de
Racionamiento, un kilo de auténtico café costaba la friolera de 15,50 pesetas.
Salvo unos pocos (militares de alto grado, alcaldes, sacerdotes católicos,
jueces, notarios, altos cargos de la administración, jerarcas de Falange…), la
mayoría de la población se tuvo que conformar con pócimas vomitivas. Los
productos más típicos de aquellos años fueron la achicoria y la malta.
En 1941 se racionó el pan: 80 gramos por persona y
día. En abril la cosa fue a mayores: se prohibió que restaurantes, tabernas y
cafés hicieran ostentación en
escaparates de artículos alimenticios. En julio de ese mismo año se
prohibió a los restaurantes servir comida a la carta. Fue un año que
jamás olvidaron miles de españoles por el hambre que les hizo pasar Franco y
los franquistas. Los productos alimenticios que podían adquirirse a través de
las Cartillas de Racionamiento no siempre estaban en las tiendas. Y la ración
era tan pequeña que eran muy pocos los que podían dar de comer dignamente a su
familia. Los más afortunados acudían a los estraperlistas, los más desafortunados
soportaban el hambre como podían.
La
vigilada vida cotidiana en Miguel Esteban se desarrollaba entre el hambre, la
miseria y la brutal represión social, económica, cultural y política. La
hambruna de 1945 a
1950 se manifestó para todos: sólo unos pocos, los de siempre, tenían sus
estómagos llenos. Uno de los personajes migueletes más castigados por la
derecha, era conocido como El Negro: no se resignaba a pasar tanta
hambre. Una y otra vez era detenido, una y otra vez era apaleado. No podían con
él. Uno de los castigos al que le sometían era de caminar de rodillas sobre garbanzos esparcidos por el suelo.
Manuel Ortega recordaba así el hambre de aquellos años:
“Fue en el 45 cuando comenzó el hambre, mucha
hambre ¡hostias! Hasta el 50. Muchas semanas sin verlo (el pan). Había quien
comía, pero sólo algunos. Hubo unos años muy malos, muy malos. Lo que pasa es
que aquí, en el pueblo, había patatas, que empezaron a sembrar y eso... pero
pan, se pasaba semanas sin verlo. Del maíz, que parecía una cagá de vaca, más
colorao, que no era pan de maíz: era hoja de maíz, que no era lo mismo. El maíz
es muy blanquito. Se hacía en los braseros... ¡Uy... estaba muy rico! Pero había
mucha hambre”.
ATAÚLFO Y DON CAÍN.- La iglesia
católica gozó durante el franquismo de un inmenso poder, de toda suerte de privilegios por sus actos contra
la República
y por su colaboración con la
dictadura. La palabra de un cura tenía todo el valor, frente
a cualquiera en cualquier situación. Los sacerdotes católicos estaban fuera del
control social: eran los encargados del control social de la población. Y los sacerdotes
fueron protagonistas de muchos episodios, conocidos por todos, que jamás
ocurrieron. Un caso perfectamente conocido es el don Caín, cura párroco; y
Ataúlfo, monaguillo pío y candoroso.
Don Caín fue autor de toda suerte de tropelías y actos repugnantes: cura
párroco, borracho, pegón de niños, putañero, fascista, cobarde… respondía al
típico perfil de todos esos individuos que alimentaban las filas de Falange Española,
alimañas fanatizadas dispuestas al crimen con la menor excusa. Los testimonios
sobre don Caín se acumulan.
En un documento (8)
de la Iglesia
católica, firmado por el Papa Juan XXIII, se daban instrucciones y se amenazaba
con la excomunión a los que hablaran sobre los abusos sexuales cometidos por
los sacerdotes. En el documento de 1962 se reclamaba estricto secreto. El
documento señalaba que la instrucción de los casos debía “ser diligentemente almacenada en los
archivos secretos de la Curia
como estrictamente confidencial. No puede ser publicada ni pueden añadirse
comentarios”. La divulgación conllevaba la excomunión. El
documento de 1962 demuestra que los abusos no son un fenómeno moderno o reciente (9).
Don Caín en la postguerra, negra sotana hasta los tobillos, protegido por
falangistas y Guardia Civil, se movía a sus anchas, emborrachándose y pegando a
los hijos de los rojos, fornicando húmedo con cuantas devotas católicas de confesionario
se prestaban a sus entretenimientos sexuales… Las andanzas de don Caín se
hicieron celebres por sus hazañas sexuales de confesionario. Sin embargo, nadie
se atrevía a comentarlo en público. En la España oficial de Franco nunca ocurrían tales
hechos, conocidos por todos: todo era paz, sobre todo en los cementerios.
Ataúlfo,
adolescente de alma cándida, creyente y devoto, hijo de uno de los jerarcas de
Falange, vivía con pasión su trabajo de monaguillo, ayudando a don Martín en
los oficios religiosos. Quiso la suerte, su mala suerte, que una mañana, fuera
a la iglesia para prepararse para la misa: en la sacristía sorprendió a don
Caín, en pleno envite sexual, sobre una devota y ajamonada feligresa, jadeando
de placer. Ataúlfo enmudeció, mutándose en estatua petrificada. Don Caín
reaccionó, enrojecido de iracundia,
con extrema virulencia. Ataúlfo recibió
aquella mañana la paliza de su vida. Y sería ferozmente amenazado si se atrevía
a contar algo de lo visto.
La devoción y religiosidad del pío Ataúlfo
se fueron a pique aquella mañana: dejó de inmediato de ir a la iglesia, de
ayudar como monaguillo. Se mostraba reservado y esquivo, traumatizado, sin
querer comunicarse. Su padre, intuyendo que algo le ocurría a su hijo, le
interrogó y presionó: asustado y agobiado, le contaría la tremenda paliza
recibida a manos de don Caín.
El
padre de Ataúlfo ideó un plan para dar la merecida respuesta a don Caín.
Aprovechó alguna fiesta política e invitó a don Caín a su finca, próxima al
pueblo, donde le obsequiaría con generosas viandas y recio vino manchego. Don
Caín, cura bebedor, putañero y pegón, estaba en su mejor salsa: comía y bebía,
despotricando contra los rojos, que no merecían ni vivir. Llegó a la borrachera. Y en
plena celebración, el padre de Ataúlfo ordenó a uno de sus gañanes que tirara a
don Caín a la balsa de riego.
No gustó al sacerdote aquella broma, ni la relacionó con su brutal agresión
a Ataúlfo. Intervino el padre de la víctima, alto y fornido: levantó con sus
brazos a don Caín con la intención de tirarle de cabeza al pozo. Distintas
voces le convencieron para que no lo hiciera: lo arrojó contra el suelo, advirtiéndole
que nunca más se acercara a su hijo. Sin pensarlo dos segundos, recuperado de
inmediato de la borrachera, don Caín salió por piernas, a plena carrera campo a
través, hasta alcanzar su parroquia: allí se encerró, presa del pánico. Fue el
punto final a sus correrías sexuales, a sus excesos sádicos. Don Caín, el cura
bebedor, putañero y pegón, fue trasladado a otra parroquia, lejos del pueblo
donde tanto disfrutaba pegando a los hijos de los rojos y fornicando con
algunas feligresas muy beatas.
Aunque son
muchos los que recrean la historia, real y verídica como la vida misma,
añadiendo detalles a gusto y discreción, oficialmente nunca ocurrió nada de lo
narrado (10).
REPRESIÓN LABORAL.- Miguel Esteban, como otros
muchos pueblos manchegos, tenía mucho que fotografiar: arquitectura popular,
especialmente los casones solariegos con sus enormes corrales (patios)
empedrados, que servían de almacén de utensilios de labranza, y para cobijar a
las mulas en las cuadras; calles encaladas, en sus trazados urbanos, muy
sencillos; rincones típicos, en los lugares más insospechados; gentes, en
diario quehacer (pastores, labriegos, zapateros, señoritos entrando en el
Casino…) o engalanados de fiestas... Teófilo no pudo fotografiar todas estas
facetas de Miguel Esteban porque no se lo permitieron: hubiera resultado muy
sospechoso que un rojo retratara al alcalde, cura y guardia civil, en las
procesiones de Semana Santa, o fiestas locales, por poner dos ejemplos.
Hubieran sido testimonios gráficos de personas muy significadas con nombres y
apellidos, en un tiempo muy preciso del Movimiento Nacional. El Franquismo sólo
quería propaganda… y controlada.
En
1944 el régimen franquista determinó por Ley la obligatoriedad del documento
nacional de identidad (DNI) para sustituir a otras tarjetas o cédulas de identificación.
Teófilo, cuando llegó la obligatoriedad a Miguel Esteban, con su cámara, en
1949, empezó a hacer fotos en la
Plaza del Ayuntamiento. No habría hecho ni cinco retratos,
cuando se presentó una pareja de la
Guardia civil –fue denunciado por los miserables de siempre–
y le prohibieron hacer más fotografías: no estaban dispuestos a tolerar que un
rojo trabajara.
Hay
un valioso documento de 1959: demuestra hasta qué punto los franquistas
utilizaban todos sus resortes para hacer la vida imposible a los demócratas.
Teófilo Torres solicitó un permiso para trabajar de fotógrafo ambulante: se lo
negaron por tener antecedentes político-penales. Reproduzco literalmente el oficio,
expedido por el gobierno civil de Toledo:
“En relación con la instancia que
tiene presentada en este Centro, solicitando permiso para el ejercicio de
fotógrafo ambulante en esta Provincia, participo a V. Que la Dirección General
de Seguridad, en escrito nº 1920, de fecha 6 de los corrientes, me comunica no
procede la concesión de dicho permiso, a la vista de los antecedentes
desfavorables que existen en el Archivo central de la referida Dependencia.
Dios
guarde a V. Muchos años.
Toledo,
9 de junio de 1.959.
EL
GOBERNADOR CIVIL
Sr. D. Teófilo Torres Ramos. MIGUEL ESTEBAN”
El
documento demuestra que el Franquismo, veinte años después de acabada la guerra civil, insistía en la represión
laboral contra todo sospechoso para el régimen. La dictadura de Franco nunca
buscó la reconciliación entre los españoles. Las pruebas son abrumadoras.
EL “MILAGRO ECONÓMICO”.- A partir de 1951, aunque persiste la represión política
y la persecución de presuntos comunistas, las palizas y las torturas ya no son
algo habitual en la vida cotidiana de los pueblos de España. El país alcanza,
por vez primera desde que acabó la guerra civil, los niveles de producción
económica existentes en la pre-guerra. El Congreso de los Estados Unidos
concede a la dictadura de Franco un crédito de cien millones de dólares. Las
cartillas de racionamiento desaparecen en marzo de 1952. La España rural permanece
hundida en la miseria: miles de españoles emigrarán por necesidad bien a las
grandes ciudades, bien a Francia, Alemania y Suiza, en busca de un futuro que
su país les negaba.
La
recuperación económica del país, durante la larguísima dictadura de Franco, se
inició avanzada la década de los 60, cuando los gobernantes deciden abandonar
sus estructuras agrarias, caducas y obsoletas, para reconvertir el país en
industrial y, especialmente, de servicios. Son años en los que se van a producir
dos fenómenos decisivos, importantes para la economía: la emigración y el turismo.
No hubo, en ningún momento, eso que la propaganda franquista llamó “milagro económico”.
La
emigración provocará que muchos pueblos de España perdieran población,
perdieran riqueza, iniciando un imparable declive: cientos de miles de
españoles marcharán a los cinturones industriales de las periferias de Madrid,
Barcelona, Bilbao; cientos de miles de españoles marcharán a Europa, a Francia,
Alemania o Suiza… Desde esos países, donde hubo hasta dos millones y medio de
españoles, remitían fuertes remesas de dinero en divisas, para sus familias,
básicas para el desarrollo económico de España.
El
turismo incipiente, de los Años 60, pondrá las bases para crear una poderosa
industria, para que España tenga una fuente de ingresos en divisas. El turismo,
que acabará siendo la primera industria de España, contribuirá a cambios en la
retrógrada moral católica: las nórdicas y centro-europeas vendrán a España sin
miedos, sin complejos: se pondrán sus mínimos biquinis o directamente lucirán
sus pechos al sol. Ayudarán a romper esa moral hipócrita católico-franquista,
ayudarán a la modernización de España. Su contribución a la evolución de los
usos y costumbres no se les ha agradecido todavía, en su justa medida.
TRIBUNALES DE ORDEN PÚBLICO.- Según
la propaganda oficial franquista, España, una democracia “orgánica”, era una
balsa de aceite refinado: no había conflictos laborales, ni políticos. Los
obreros y los empresarios se abrazaban, festejaban juntos el Primero de Mayo, la Fiesta del Trabajo, con
espectáculos musicales en el estadio Bernabeu. Según los medios de propaganda
del régimen, nadie se manifestaba contra el régimen… Para validar tanta paz
social, tanto abrazo entre empresarios y trabajadores, tanta devoción a la
dictadura y a la santa iglesia católica, con más de dos millones de emigrantes
en Europa enviando remesas de dinero a sus familias, los franquista decidieron
crear, en 1963, tribunales políticos, los famosos Tribunales de Orden Público
para ejercer la represión política y sindical. Los jueces de Franco, en medio
de tanta paz social, abrieron más de 30.000 causas, hasta el año 1975.
Encarcelaron a sindicalistas y políticos de izquierdas, que actuaban fuera del Movimiento
Nacional; amedrentaron a obreros y demócratas de cualquier signo que quisieran
libertad y democracia… Las libertades no tenían espacio en la dictadura de
Franco, una dictadura consentida por las democracias occidentales, para su vergüenza.
NOTAS:
(1) Benilde Rodríguez Casa. Tenía 8 años en 1939.
(2) los fascistas le recompensaron dándole trabajo como policía rural: se distinguió por su sadismo.
(3) De la entrevista con Benilde Rodríguez Casa (Cuenca, 29 de marzo 2005).
(4) Uno de ellos era Abdón, luego fusilado en Quintanar de la Orden.
(5) Paulino Argumánez fue juzgado por los dos muertes que causó. Los asesinos de Paulino Argumánez jamás fueron juzgados. La dictadura de Franco no juzgaba a sus asesinos.
(6) Martín Garcés Masegosa.
(7) En Torre del Bierzo (León) el 3 de
enero de 1944, en el túnel número 20 de la línea Palencia – La Coruña, el Correo expreso
421, lleno de viajeros, se estrelló contra una locomotora. La información
oficial franquista minimizó la catástrofe y con pocos alardes informativos se
habló de 74 muertos. Los últimos estudios apuntan a más de medio centenar de
víctimas. En la España
franquista estaban prohibidas las catástrofes.
(8) Agosto del 2003. Diario El País, lunes 18 de agosto 2003.
(9) Han salido a la luz cientos de casos de sacerdotes católicos, implicados en abusos sexuales a niños menores, en países de Europa y América. La iglesia católica da miedo. Mantiene desde siempre una actitud de oscurantismo sobre estos casos, protegiendo siempre a los pederastas, despreciando a las víctimas.
(10) El lunes 18 de agosto del 2003, el diario El País
ofrecía una información en la página de Sociedad, en la que daba cuenta de la Orden del Vaticano a los
obispos, en 1962, para que se ocultaran los abusos sexuales. El documento,
firmado por el Papa Juan XXIII, amenazaba con excomulgar a quien hablara del
tema. La iglesia
Católica no ha tenido más remedio que aceptar la autenticidad
del documento, pero ha negado que se planificara el encubrimiento. Como para
creerles, con su historia tan criminal e indecente.