En marzo de 1973, vivíamos en la dictadura de Franco, un régimen brutal basado en la represión y falta de libertades. Muchos afirmábamos con sorna que el sanguinario genocida era eterno, porque no se moría nunca; pero la realidad es que vivíamos los últimos años de lo que se llamó “tardo-franquismo”. En ese contexto, en el Teatro-Club Pueblo, local de representaciones del Diario PUEBLO –periódico del sindicato vertical franquista–, se estrenó “El relevo”, obra del poeta Gabriel Celaya. En aquel año, yo trabajaba como ayudante de Vicente Romero, director del Teatro-Club. Y pude entrevistar a Gabriel Celaya, en su casa de Madrid. Esta fue la entrevista, publicada en la Revista Informativa Guadalajara (Abril 1973. Primera quincena. Nº 18).
ENTRE “EL RECUERDO” Y LA ESPERANZA
Nace en Hernani (Guipúzcoa) en el año 1911. Cursa el bachillerato en San Sebastián y la carrera de ingeniero industrial en Madrid. En 1936 obtiene el premio del centenario de Bécquer. Deja de publicar diez años. En 1946 edita “Tentativas” y funda en colaboración con Amparo Gastón la colección Poesía del Norte. De su producción narrativa cabe destacar “Lázaro calla”, “Lo uno y lo otro”, “Los buenos negocios”…
En 1956 deja su profesión y se traslada a Madrid para dedicarse enteramente a la literatura. Ese mismo año obtiene el Premio de la Crítica. Tiene también premios internacionales, como el “Libera Stampa” (1963) y el “Etna-Taormina” (1968). Entre sus últimos libros destacan “Los espejos transparentes” y “Lírica de cámara”.
En su poesía se ve que huye de todo academicismo y busca la verdad en el pueblo llano, en la gente sencilla, en los múltiples problemas que se forjan a nuestro alrededor.
Para entender la poesía de Celaya hay que hablar un poco de la postguerra y le pedimos que nos hable de ese paréntesis fundamental en su producción.
–La postguerra es sencillamente para mí el silencio. En el año 36, en junio, me dieron el premio del centenario de Bécquer. Había pocos premios y me vine a Madrid muy contento. Me iba a colocar en “El Sol” como periodista, porque yo era ingeniero y estaba harto. Tenía mi vida muy bien organizada, tenía muchos amigos y vino la guerra. Allí se acabó el escritor hasta el año 1946. La postguerra fue el silencio total. Poetas como Federico García Lorca, Pablo Neruda y otros creían en mí. Pero no sólo eso, todos los poetas literarios, todo el ambiente había cambiado totalmente. Entonces era “Garcilaso” –revista literaria–. Dejé de publicar totalmente.
–Entonces esa situación de silencio, ¿está determinada por las circunstancias políticas?
–Por mi circunstancia política, por la pérdida de amigos, porque todo lo que escribía, que precedía a los poetas del 27 y del surrealismo, en los años 40, en España, sonaba a chino, parecía que no tenía ni pies ni cabeza.
–Después de sus primeros pasos surrealistas pasó por un periodo de prosaísmo existencial, para llegar a una reacción contra la poesía de Juan Ramón Jiménez. ¿Por qué esa postura de Celaya y de Blas de Otero respecto a la poesía de Juan Ramón?
–Es un pensamiento del que estoy arrepentido y creo injusto. Le convertimos en un símbolo de una poesía estetizante. Pero realmente es mucho más que eso. Es mucho más importante que Machado, hoy; pero entonces no. Sin embargo Machado simboliza toda la poesía de combate, poesía abierta, mucho mejor que la de Juan Ramón Jiménez.
–Los intelectuales de ahora tienen muy en cuenta la poesía esteticista. ¿Celaya está de acuerdo con esta poesía?
–Nosotros no estábamos en desacuerdo con la poesía esteticista, pero puedo decir: me avergüenzo de un poema bien hecho. La poesía necesita de algo más urgente. Tiene que decir, y no basta con hacer bien un poema. Necesita comunicar algo.
–Celaya, poeta, también tiene escrita una obra de teatro, que es la única de su producción como dramaturgo. ¿Qué relación existe entre el teatro y la poesía?
–Claro que hay un teatro poético y, evidentemente, hay mucha poesía en el Teatro. No me refiero al teatro en verso. Creo mucho más en el Teatro poético que en el ideológico. Creo en el Teatro como un juego, con mucha acción, con mucho movimiento, que los personajes entren y salgan, que no sólo se pongan uno frente a otro y empiecen a discursear.
–¿Qué idea encierra “El Relevo”?
–Tiene su pequeña intención, pero sin ponerse serios; que es como se pueden decir las cosas serias, ya que si no se cae en la pedantería. El fracaso de muchos escritores de mi generación –no vamos a decir nombres– que han escrito mucho teatro, ha sido querer discursear demasiado, entendámonos…
–¿Qué significa Blas de Otero para Gabriel Celaya?
–Es el mejor poeta que tenemos hoy en España, sin duda, sin color. En primer lugar, porque Blas es un hombre tremendamente escrupuloso y hace su poesía con un cuidado tremendo; en segundo lugar, que antes que publicara había escrito muchísimo y se lo había guardado. Nunca ha sido un improvisador, como esos genios de 18 años que dicen que tenemos, porque dicen que a los 18 años ya se es poeta. Blas tiene un enorme oficio, una enorme personalidad y una enorme sensibilidad que es difícil de explicar.
–Celaya suele ser más popular entre la juventud que Blas de Otero. ¿A qué se debe esta popularidad?
–Blas se marchó de España muy pronto y ha vivido fuera largo tiempo. Se fue a Francia, Unión Soviética, Cuba y China, estando fuera de España cerca de diez años, desentendiéndose un poco del público español. Durante una época sus libros han sido publicados en Buenos Aires, Cuba y Rusia. Sus obras han llegado a España a través de Losada. Su posición era cómoda, ya que estaba en los, países socialistas. Se olvida un poco de España. Cuando fui a Cuba en el año 67 le dije a Blas: “Como no vuelvas a España, la gente se olvida de tí”. Un poco por eso y un poco por otras cosas, volvió a España.
–¿En que momento se encuentra la poesía social?
–Este tipo de poesía ha cubierto su momento. Ahora hay que hacer lo mismo, pero de otra manera. Aquélla ya no es válida. La poesía social se ha gastado, en parte porque se ha hecho mucho, en parte porque ha habido muchos epígonos, mucho segundón y mucha gente que ha hecho lo mismo, pero no bien. A Blas y a mí se nos juzga desde el punto de vista de la poesía social. No se dan cuenta de que hemos evolucionado. Estamos en un momento en que queremos hacer algo distinto. Estas cosas son, por ejemplo, mis últimos libros, como “Espejos transparentes” y Lírica de cámara”, que también es poesía revolucionaria, pero de otra manera.
–¿Por qué se ofenden los jóvenes poetas cuando se les dice: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales”?
–Les ofende porque no están de cuerdo con la idea de mi poesía. Grupos novísimos, como los de Castellet o Salamanca, que no están de acuerdo.
-Pero, ¿por qué dice que le avergüenza escribir un poema perfecto?
–Porque en la poesía hay algo más urgente que decir.
Saboreamos los últimos tragos de vino que quedan en nuestros vasos y nos despedimos hasta otra conversación un poco informal.
Pablo Torres.
Madrid, marzo de 1973.