sábado, 9 de julio de 2011

Félix Grande, poeta, rompe 40 años de silencio

Foto: Pablo Torres
“EL DESPRECIO ES MÁS
INHUMANO QUE EL ODIO”

Su voz poética ha permanecido en silencio muchos años, sin que sepa las posibles razones. Su voz ha vuelto para estamparse en un bello texto, “La cabellera de la Shoá”, dentro de “Biografía”

Manchego, aunque nacido en Mérida (Badajoz), vivió su infancia y juventud en Tomelloso. De familia republicana –su padre fue guardia de asalto– tuvo que ganarse la vida como jornalero. Y aprendió a tocar la guitarra, empapándose con los sonidos propios del flamenco. Pero algo le llevó a dejar la guitarra para adentrarse en la Literatura. Su obra tendría su punto de partida en Antonio Machado, para desembocar en el compromiso social, en la reflexión sobre el lenguaje, o el erotismo.
En 1963 ganó el Premio Adonais por “Las Piedras”. Después vendría “Música amenazada” (1966), “Apuntes para una poesía española de postguerra” (1970). En 1978 obtuvo el Premio Nacional de Poesía por Las Rubáiyatas de Horacio Martín”, donde se advierte la presencia de Machado y Pessoa. Director de “Cuadernos Hispanoamericanos”, como narrador, también tiene una producción literaria importante: “Lugar siniestro este mundo, caballeros” (1980), “Fábula” (1991), “El marido de Alicia” (1995), “La balada del abuelo Palancas” (2003). Flamencólogo, ha publicado Agenda flamenca (1987), García Lorca y el flamenco (1992), Memoria del flamenco (1995. Obtuvo el premio nacional de Flamencología), y Paco de Lucía y Camarón de la Isla (2000).
–Tu regreso a la poesía se debe a un hecho traumático, tras una visita al campo nazi de exterminio de Auschwitz…
            –De hecho fue allí donde empecé a escribir de nuevo, sí.
            –¿Es tan duro que lo hay allí? ¿Todos aquellos kilos de pelo de miles de mujeres te impresionaron tanto?
            –Es mucho más duro de lo que uno imagina e incluso cuando llegas allí con información previa. Yo tenía ya en mi casa un montón de libros, documentales, libros de imágenes. Y cuando llegué, creía que conocía prácticamente todo el horror que había allí. Pero primero, las imágenes que has visto en libros o incluso en películas, son infinitamente menos intolerables que cuando lo ves allí eso mismo. Y segundo es que llegas allí y ves cosas que no habías visto nunca. En mi caso lo que más me sobrecogió fue precisamente esa mata de pelo, que no sabía que existiera, ni siquiera expuesta. Yo sabía que cuando llegó el Ejército Rojo y liberaron Auschwitz, se encontraron 7.000 kilos de pelo en un almacén, preparados ya para hacer con ello lo que habían hecho ya con otras remesas, enviarlo a la empresas alemanas para hacer esteras, alfombras… pero no era más que un dato informativo.
Pero cuando llegué, vi en un escaparate una inmensa mata de pelo de 1.950 kilos. El problema que me surgió fue que me pregunté ¿de qué color es ese pelo? Era sólo pelo de mujer: se supone que era pelo de mujeres rubias, morenas, castañas… de mujeres viejas con el pelo blanco, fuera de sus cráneos, fuera de la fluidez del oxígeno; pero mezclado todo, pasado por setenta años de edad.
De pronto vi un color que me di cuenta de que no podía reconocer. No había en ninguna de mis millones de neuronas una sola que reconociera ese color. Me di cuenta de que ese color no había existido nunca. Y tratando de averiguar el color, me acuerdo muy bien, vi que los ojos no me servían. Puse las manos, utilicé las manos de una manera arcaica, casi primate: la realidad con las yemas de los dedos. Y eso fue lo que me hizo sentir… ni siquiera sé lo que sentí. Creo que sentí una mezcla de odio, de terror, de infinita perplejidad: ¡estupor! Y sin darme cuenta me encontré buscando las palabras, de combinarla de un modo o de otro. Lo dejé porque no encontraba y empecé a escribir otras cosas. Finalmente dos años después volvieron las palabras. Las tenía constantemente. Dos años después me puse a escribir poemas sobre esa mata de pelo, a la que llamé la cabellera del holocausto, “La cabellera de la Shoá. Y realmente me di cuenta de que, sobre lo que ya había leído, opiniones en muchos libros, Auschwitz simboliza toda la aventura del nazismo y es un hachazo que parte en dos la historia. Es un instante de la conducta de la especie humana, que parte en dos la historia de la Historia. Un antes y un después.
            –¿Una metáfora del horror?
            –Pero no ya de una guerra, de los nazis contra los polacos, los judíos, los gitanos. No es sólo eso, que también; es que creo que nunca había habido un despliegue del mal tan profundo. Y sobre todo me di cuenta ya, reflexionando un año, dos años después de haber visto aquello, me di cuenta de que hay algo todavía más inhumano que el odio: el desprecio, el desprecio. Parece imposible cómo miembros de nuestra especie pueden despreciar tanto a miembros de nuestra especie.
            –Algo que no tengo claro… He leído que son 40 años sin escribir poesía, o sin publicar poesía…
            –He hecho re-ediciones. Por supuesto durante 40 años he seguido escribiendo libros, uno detrás de otro, entre otras cosas porque soy muy feliz escribiendo. He escrito libros sobre flamenco, de investigación, de relatos, una novela, pero poesía no había escrito. Había escrito solamente un libro, un poema muy largo, que no lo publiqué nunca, una de esas cosas que tienes para hacer terapia de choque, que está metido en un cajón…
            –¿Sigue inédito el texto?
            –Sigue inédito. Se titula “La deseternidad”. No sé si lo publicaré algún día… Pero de una manera más o menos regular, apacible, no había vuelto a escribir poemas desde que escribir Las Rubáiyatas de Horacio Martín. Han pasado cuarenta años largos, sí.
            –Como poeta, parece que estás en tierra de nadie… lo digo porque te sitúan, los que gustan hablar de generaciones, entre la Generación del 50 y los novísimos… ¿Eres un tipo inclasificable?
            –Bueno, sí. Pero no soy el único. Ya sabes… las particiones por generaciones o por grupos normalmente se hacen por varios motivos, todos lícitos, y uno de ellos es que, a la hora del estudio universitario, se puedan estudiar de una manera más sencilla, más racional y contextualizada. Pero de hecho hay varios poetas de mi edad, que han publicado sus primeros libros cuando yo, que llegamos un poco después de la generación del 50; y que ya, en líneas generales, tenemos muy poco que ver con aquel libro “Los novísimos” que era un libro de reivindicación de las estructuras formales y del lenguaje y de incorporación de ciertas mitologías cinematográficas, etcétera; y un abandono, con mayor o menor decisión intelectual, de las pulsiones sociales y civiles. Entre esas dos generaciones, entre esos dos grupos, hay bastantes poetas. Han impulsado una antología que llaman la “Generación de los 60”, yo qué sé.
            –Una cosa sencilla, o quizá compleja. No lo sé. ¿Se lee poesía en España? ¿Quién lee poesía en España?
            –Mira yo soy jurado frecuentemente de premios de poesía y veo que se escribe poesía, mucha poesía y se mandan muchos libros. La gente joven manda muchos libros a concursos y se sigue leyendo poesía. Te diré más: creo que hoy se lee más poesía que hace 50 años, pero mucho más. Nunca se habían hecho ediciones de 3.000 ejemplares. Es algo actual hacer tiradas de tres mil ejemplares que, por otra parte, se reeditan. Normalmente los libros de poesía, o los buenos libros de poesía, no se leen una sola vez: se prestan mucho y se leen más de una vez, entre otras cosas porque son breves. Y quizá porque tienen una tensión verbal, emocional, de inocencia, de autenticidad, que no acaba uno de encontrar en otros géneros literarios. ¿Por qué se lee poesía siempre? Sobre todo se empieza a leer y a escribir poesía en la adolescencia. Es una buena plataforma para asentar la angustia…
            –Vuelves también a hablar de Luis Rosales. Parece la historia interminable: nunca acaban de señalar a Rosales como responsable de la muerte de García Lorca. ¿No es demasiado injusto que se siga maltratando a Rosales?
            –Yo ya no he vuelto a escribir sobre esto. Hay una frase, que no recuerdo de quien es, que dice: “Calumnia, que algo queda”. Parece que es ser humano y las colectividades necesitan un chivo expiatorio en todo momento. Y en todo caso, parece que el cadáver más simbólico, más inolvidable de la guerra civil española es el cadáver de Federico. Y la mejor manera que han tenido muchos seres miserables para mantener ese símbolo vivo, de una manera política, es buscar un culpable. Además, le suele tocar la calumnia a los mejores. ¿Quién es el que más trató de ayudar a Federico? Rosales. ¿Quién es el que estuvo a punto de perder la vida por defender a Federico, fusilado por los suyos, pero hasta tal punto que hasta lo dice la prensa republicana de la época? Luis Rosales. No le iba a tocar a un ser insignificante que pasara por allí. Rosales era un buen poeta, muy amigo y discípulo de Federico, que se lo llevó a casa de sus padres para evitar que le pegaran, porque ya le habían pegado previamente. Supongo que pensaron que nadie le iba a secuestrar de la casa de unos falangistas. Y lo cierto es que fue lo que hicieron. Ya sabes que lo primero que hicieron, cuando supieron donde estaba,  es que fueron a buscarle una cuadrilla de pistoleros al atardecer, que previamente habían acordonado las calles y las azoteas con tiradores…
            –Debían ser muy peligroso García Lorca…
            –Lo que deducen, los que han estudiado el caso, entre ellos Ian Gibson, es que esos tiradores estaban allí para evidenciar que había unos falangistas traidores, que tenían a un rojo en su casa. Ya sabes que había una guerra entre la CEDA y Falange, lo que no quiere decir que los falangistas no participasen en el levantamiento… aquello fue espantoso. Pasó mucho tiempo: Luis Rosales tenía cada vez más testimonios a su favor, más investigaciones a su favor, sobre todo de extranjeros. Había venido Jean Claude Couffon, había venido Marcelle Auclaire, que era una mujer liberal; había venido Ian Gibson, un hombre de izquierdas… cuanto más se ponía en la mesa la inocencia de Rosales, más le acusaban los calumniadores. Finalmente comprendí que era inútil. Ahora me doy cuenta de que el libro que escribí lo hice no sólo para dar una alegría a Luis, sino para demostrarle que un amigo suyo, joven, estaba de su lado en esa cuestión –él sabía muy bien que yo venía de una familia republicana–. Y para quitarme de encima el problema que tenía constantemente cada vez que viajaba, sobre todo a América. Siempre me decían, incluso con inocencia, "Ah, Rosales, el que mató a Federico García Lorca". Y yo tenía siempre que discutir, poner pruebas, documentación sobre la mesa, hasta que escribí cuatrocientas páginas y ya me quedé tranquilo. De manera que ahora, que han paso veinte o veinticinco años, desde que publiqué el libro, cada vez que me encuentro a alguien, algún despistado, que casi siempre son gente sin mala fe, que les dieron información y la asumieron, les digo, “Sí tío, lo que tú digas”. Ya no discuto.

            –Una última pregunta, relacionada con la recuperación de Memoria Histórica. No parece haber mucho compromiso de los intelectuales españoles con la Memoria histórica, ¿no? Los hay de la Literatura, desde García Montero, Marcos Ana… los hay del mundo del Cine. Pero no parece haber mucho compromiso, y menos en defensa del juez Garzón, contra el que se han hecho auténticas barbaridades, sin aportar ninguna prueba…
            –Mi mujer, Francisca Aguirre, dice que “El olvido es la tumba de la democracia”. Mi mujer dice una frase, y se apoya en su historia familiar, en un hecho muy concreto: a su padre, los franquistas, le dieron garrote vil. Pero por lo menos ella puede llevar flores a su padre.
El problema es que la mayor parte, o muchos muertos, enterrados en cunetas, tienen todavía nietos que los quieren, incluso hijos que los quieren. Y no pueden llevarles flores nunca. Pero no sólo eso. Una comunidad, la conciencia colectiva, no puede hacer el duelo hasta que no pueda llevar los huesos a un sitio. Y el duelo hay que hacerlo y hasta que no esté hecho no se ha terminado aquel dolor, aquella llaga. Y es una llaga moral, colectiva. Y esto ha llevado entre otras muchas consecuencias indeseables a la crucifixión de un juez, de uno de los jueces más dignos, más valientes de este país y de este mundo. ¡Caramba! es el juez que ha puesto sobre la mesa de la Historia de la Justicia, la Justicia universal, el paso adelante que faltaba.
Recuerdo el día que salió la noticia de que habían detenido a Pinochet, gracias a la persistencia de Garzón. Nos llamó un amigo abogado para celebrarlo. Y me acuerdo que, contándonos lo que significaba eso en la historia de la jurisprudencia, se le saltaban las lágrimas. Era muy importante.
            La persecución contra Garzón es increíble, pero yo sospecho que no es solamente por la negativa a dejar que se remueva la tierra y se saquen los huesos. Hay más. Está toda la historia de Gürtel, que eso para ellos debe ser molesto; aunque ya no lo sé, no creo que les moleste. Porque les votan y les votan…